Hoy el sueño ha sido para mi sorpresa una bendición. Me he levantado con la mente clara, despejada, como una habitación bien ordenada y blanqueada de sol. En el corto trayecto de la estación a la oficina me ha pasado, como me pasa en los días que duermo bien y desayuno conscientemente, que me siento recorrido por un ímpetu, por una música que creo que sólo yo escucho y que me invita a lanzar mi bolso de mano por los aires, estirar el cuerpo todo lo que pueda y doblar las piernas por las rodillas hasta convertirme en una clave de sol en segunda línea y llegar al trabajo contoneándome y danzando como un cordero con zapatos de tacón rosados.
Dormir bien y bien acompañado es el remedio a la escasez de sonrisas, la pereza villana, y las lavadoras cerebrales de programa especial manchas difíciles.
Las palabras de algún amigo también ayudan y hacen de orejeras de lana gorda contra los helados gritos de las preocupaciones y los miedos.
Curiosamente, a pesar de estos espasmos de felicidad, deseo con todas mis fuerzas no recordar este fin de año con particular interés. Tengo ganas de que pase rápido y no deje más acuse que el saber que la continuidad del tiempo nos llevó a cruzar el fin de 2010 en algún momento pasado y olvidado ya. Si acaso sólo acordarme de que no ocurrio nada malo.