
Y así ocurre, con la suerte para nuestros siete lectores de que una combinación muy desafortunada en el teclado se ha llevado mar adentro una oda a lo que pudo ser y no existió tan siquiera.
Y así ocurre, con la suerte para nuestros siete lectores de que una combinación muy desafortunada en el teclado se ha llevado mar adentro una oda a lo que pudo ser y no existió tan siquiera.
Nos revolvía el pelo con cara de contento y en realidad le asqueábamos con nuestras rodillas sucias y los brazos flacos llenos de cardenales. Se sacaba caramelos de anís del bolsillo nada más oírnos abrir el portón y en realidad sólo le preocupaba no rozarnos con sus dedos pulcros como de cirujano cuando nos los ofrecía con gesto amoroso. Escuchaba paciente nuestras aventuras de después del colegio, pero suspiraba por que desapareciéramos cuanto antes, que llegara un viento del Oeste y se nos llevara lejos. El día que encontraron a Mario en una cuneta, vino a llorar a casa compasivo, pero sus ojos decían : « uno menos, paciencia, uno menos… »
Debía tener veinte años más o menos cuando me di cuenta por primera vez de mi locura. Iba aún a la universidad y tenía la curiosa cualidad de rodearme de los personajes más estrafalarios. Pensaba que era por mi carácter abierto, por ese don heredado de la abuela Carmen de que todo el mundo me cuente sus males y sus amores, qué sé yo, por ser hija de rojos, pero no por estar loca. Fue Guille la que me lo confesó, loca también como no podía ser menos con un ojo verde y otro castaño, la piel más suave que he encontrado nunca y durmiendo en la calle, a pesar de ser hija de médica y señor muy serio: "Es que se te nota que ves más allá que otros, que eres especial..." No hace gracia que te diga una cosa así una loca, puede uno intertar cogerlo por donde quiera, pero no es lo que yo quería ser. Yo había soñado con ser una gran mente científica, concertista, millonaria si quieres, pero no la diva de una panda de desequilibrados.
Desde aquel día, seguramente un día de junio cerca de los exámenes, me he esforzado por combatirme a mí misma, por hacerme pasar por el ojo de una aguja y hacerme un hueco en la normalidad. En realidad sólo me ha servido para ser un poco más infeliz, los locos de ley, como yo, no pueden esconderlo, me imagino a la gente siendo amable conmigo y pensando: "qué chica tan lista, y sí que es simpática, lástima que esté tan chiflada..." Porque como loco te esfuerzas cada día en homogeneizarte con tu entorno, ponerte mechas rubias, tener un trabajo de estos de persona normal y hablar de las cosas de que habla la gente, por ejemplo: "yo creo que tal y como están las cosas lo mejor es invertir a plazo fijo". O: "Fulanita ha engordado muchísimo, me da que no está bien con el marido y se refugia en la comida". O incluso: "el último jarri póter me parece fabuloso, tan oscuro, tan adulto, tan dramático..." Mientras te atienes al guión no hay problema, las mechas hacen la mitad del trabajo y tampoco hay tantos temas de conversación como para no dominar el día a día. El problema es cuando bajas la guardia un momento y sueltas algo del estilo: "mis plantitas de tomates me hacen feliz porque huelen al Sur y a vida". O también:. "yo creo que nuestro trabajo consiste en estafar a la gente, deberíamos volver al sistema de canje". En esos momentos me siento muy sola...