sábado, 16 de septiembre de 2006

Lemmings

Están por todas partes, en mi trenecillo chico, el que viene del Odenwald y nos lleva a tres o cuatro catetos hasta la gran ciudad; en la estación, que por si no tuviera bastante con el cambio de solería y los cientos de tiendas de chucherías de dulce y de salado, la gente dormida por la mañana intentando llegar a trabajar como sea pero sin abrir los ojos y la bolsa gigantesca de cinco metros de altura que anuncia el aniversario de unos grandes almacenes, también los sufre, también allí se dispersan como pequeños marsupiales sin desarrollar. Cuando salen, despistados y sin saber muy bien a dónde ir corren como alma que lleva al diablo hacia los tranvías, los autobuses, las calles, los puestos de atención al cliente, se tiran a la calzada sin prestar atención a los semáforos, cruzan vías sin ningún temor, fuman como carreteros y gesticulan hablando entre sí lenguas por lo general más extrañas que ésta a la que poco a poco me voy acostumbrando.
Incluso desde la ventana de mi piso noveno, entre los ramajes de mi pequeña selva, puedo verlos horas después, siempre corriendo en grupos monstruosamente grandes, siempre provocando accidentes con las bicicletas, un poco como pollos descabezados.
Unos días después desaparecen como llegaron, los hoteles se quedan un poco más vacíos, vuelves a encontrar asiento en el tren y los bares de menú son de nuevo algo más acogedores...
Así son las semanas con feria, unos días entre los Lemmings...