sábado, 24 de enero de 2009

Dominarse o pensar

Hablo desde la tranquilidad. El lunes pasado no podría haberlo hecho. Mi madre siempre ha sido de la opinión que la higiene está próxima a la santidad. Como lo sé, como sé que me he criado en un mundo donde la higiene está del todo sobrevalorada, consigo dominarme. Pero eso no quita que me consuman andanadas de ira cuando me topo de frente con situaciones como la del lunes pasado. Cuando digo dominarme no quiero decir que sea capaz de ignorar la situación y marcharme contento a casa. Por desgracia no. Es más bien que durante un intervalo de tiempo, de duración absolutamente indeterminada, me zambullo en un estanque mental de pensamientos tipo latigazo eléctrico-láser, hasta que cuando quiero darme cuenta estoy tan lejos, física y mentalmente, del epicentro del problema que ya no puedo matar ni insultar a nadie.
Aunque esta vez quizá si debería haberme desahogado un poco con esos niños de mi escuela de baile. Los lunes tengo clases de flamenco. Hasta el lunes pasado disfrutaba del vestuario masculino en uso exclusivo. Pero el lunes cambiamos de hora las clases y al ir a cambiarme me encontré el vestuario lleno de niños de 11 o 17 años que bailan RNB o MBA, o algo de eso. Esos niños huelen muy mal, eso ya lo había notado hace meses. Al entrar en el vestuario me detuvo una nube de partículas en suspensión. Predominaba el olor a desodorante, pero un tufillo a sudor rancio se intuía a pesar de la densidad de la nube. Esos niños se estaban rociando con desodorante en esprai todas las partes sudadas de su cuerpo, y, a juzgar por lo añejo del hedor, puede que hiciesen lo mismo a diario en lugar de lavarse.
Me dominé, pero me costó. No lo puedo evitar, no pude evitar pensar en la clase de educación (o llámalo entrenamiento, formación o instrucción) que esos niños reciben de sus padres y madres. Cómo pueden oler tan mal y que sus madres no les digan que se metan en la ducha de cabeza, porque es de seres no civilizados ir por ahí oliendo de esas maneras. Ya he llegado a la estación de tren, ya no puedo decirle a ese niño de los calcetines por las rodillas y los pantalones cortos que morirá de golondrinos. Pero ahí está esa madre subiendo al tren, con una criatura de un año y pico. La madre quiere que el niño se suba sólo al tren y no ve que para subir los peldaños el niño tendría que hiperextender sus piernecillas lateralmente más de noventa grados, porque flexionar las rodillas no es ni remotamente suficiente. Pero esa madre seguramente habrá leido en un libro, como hacen tan a menudo en este país, que a los niños no hay que sobreprotegerlos.
El lunes me está poniendo a prueba, no sé si podré dominarme, no sé si podré no ir a esa mujer y decirle que debería castigar a su hijo sin biberón un par de noches por no saber aún sacarse un billete de ida y vuelta Frankfurt-Köln. Por suerte mi madre nunca leyó el libro de ese doctor alemán. Pienso en mi madre y me siento afortunado por saberme educado con una técnica mucho más antigua, una doctrina milenaria que se transmite de generación en generación. Y sin más explicación ni consumir ninguna sustancia alucinógena, se produce una conexión a través del tiempo, de miles de años con las madres de mis ancestros, con madres de mi familia prehistórica que defienden a su prole de los ataques de peligros mucho mayores que una escalera de tren...
Ya estoy en casa, lejos de mi escuela de flamenco, lejos de la estación y lejos de la posibilidad de un ataque verbal. Aunque todavía coleará el asunto, y llamaré a la Sol al móvil para decirle que creo que el mundo se está derrumbando por la falta de principios. Porque unos pocos que siempre han sabido aprovecharse nos han convencido de que aprovecharse es bueno y les a carrera al éxito. Porque muy pocos son fieles a sus principios, porque ni siquiera tenemos principios...

miércoles, 21 de enero de 2009

Artemisa

Duerme en el tren, en una esquina en el suelo junto a la puerta hacia el siguiente vagón. Ni siquiera la habría visto si no fuera por la moneda que se cayó de mi bolsillo, una sombra, un bulto vestido de negro, mitones desgarrados, un mechón de pelo brillante que asoma bajo el borde del gorro, negro también. Un piercing bajo el labio inferior le da aspecto de estudiante transgresora, una piel transparente y los ojos tristes pero valientes, de lo que es: un espíritu protector, una guerrera interestelar, una niña en un tren, que, por las noches, libra batallas sangrientas.

lunes, 12 de enero de 2009

huele a bacon y garaje

Que me perdone el susodicho por no pagarle derechos de autor, pero un título así no se debe dejar escapar cuando se te presenta de esta manera, al alcance de la mano y desprotegido. Además, al fin y al cabo hablaré aquí de él, o se lo dedicaré a él, o él será la inspiración de lo que siga, o todo junto, no sé bien.
Estos días he estado de vuelta a casa, que sin ser ya donde hago mi vida, donde sueño y me peleo, donde me hago vieja más que crecer, es sin lugar a dudas más mi casa que cualquier otro sitio en el mundo. Las ventanas no cierran bien, pero se les perdona todo porque han visto ya tres siglos y pasar muchos cambios. No cierran bien, decía, y entra el biruji en las tardes de invierno, pero no se nota si te arropas bien en el brasero, y además se oyen las campanas de San Gregorio llamando a misa de ocho y las de la Vela para el cambio de aguas.
Estos días he paseado mucho, he encontrado viejas plazas en las que pasábamos mucho tiempo cuando teníamos quince años y nunca teníamos que irnos a la cama, he estado en tiendas viejas y cochambrosas que no visitaba desde hacía años y he vuelto a arrepentirme, he cruzado el río y he subido y bajado cuestas hasta perder el aliento.
Y entre todos los reencuentros, los de la familia, los amigos, los colores, la luz, la sierra, el ruido... entre todos esos reencuentros he descubierto olores que echaba de menos sin saber: los cipreses y el arrayán de casa de mi madre, el jazmín de invierno de Rita, el olor del aire soleado en el embovedao a mediodía, la fritanga de Los Diamantes si tienes la suerte de encontrártelo abierto, el Darro, a nieve, a buen año, a tapas y turistas, el olor de Sol recién bañada, que huele a lana limpia, a amor incondicional...