miércoles, 31 de marzo de 2010

Mauricio

El traductor vive en la casa corriente, en el cuarto izquierda. Pasa las horas en el despacho, una biblioteca de madera de nogal con mucha luz y muchos, muchísimos libros. Marina tiene prohibida la entrada, pero cuando aprendió a leer la curiosidad por el universo de letras en que se refugiaba su padre cada día desde las nueve en punto hasta la una, desde las tres a las siete, comenzó a crecer hasta ser más fuerte que la niña obediente y sensata que siguió refunfuñando y augurando desgracias siempre que se sentaba en el pretil de la ventana junto al escritorio, cada vez que él salía a hacer algún recado.

El traductor es un padre joven, a ella le recuerda a Gregory Peck en "Matar a un ruiseñor", también con ese aspecto un poco cansado como de tener demasiadas responsabilidades para su edad. Usa pantalones de pana y una chaqueta de lana verde botella con coderas casi todo el año y esconde el secreto entre los pliegues de la chaqueta, tras el bolsillo de la camisa, cerca de su piel.

Un jueves de mediados de febrero, cuando ya había vuelto la esperanza de los días largos y de otra primavera, cuando las sombras ya eran más cortas y más nítidas, Mauricio no quiso más. Se levantó como siempre a las siete y cuarto, se vistió meticulosamente, cogió el abrigo, las llaves, la billetera y, sin despedirse y montado en su bicicleta, se lanzó a las vías ante el regional RB603 de las siete cincuenta.

lunes, 29 de marzo de 2010

El silencio del barro

Marita entró en el cementerio sin saber cuánto le iban a molestar los zapatos de tacón color crema al caminar por la tierra blanda. No tenía ni idea de qué clase de lugar era aquel: si habría caminitos pavimentados o si sería lo que parecía desde fuera, un gran retal de bosque en medio de la ciudad. Nada de lo que había visto le había soreprendido, ni mucho menos desagradado. Desde niña, Marita jamás había mostrado la menor manifestación de esos miedos irracionales que sufrían la mayoría de niños. Siempre había caminado a oscuras por casa y había explorado los caserones abandonados de las afueras de la ciudad. Estas cosas la convertían en un ser superior al resto de niños asustadizos de su clase, y eso, era simplemente irresistible.
Bajo sus pies sus pasos eran una sequencia sorda, síncrona con sus pensamientos. El paseo estaba resultando muy relajante. Desde hacía unos minutos no se había vuelto a cruzar con ningún otro visitante. Los árboles se habían ido haciendo más altos y sus copas no dejaban que fuese medio día; en esa vereda la oscuridad era fría. Marita no sintió la menor alarma ante las ocuridad que inesperadamente la rodeaba ni al descubrir, al vanzar por el camino, el grupo de esculturas decapitadas ante una tumba abierta. Lentamente se acercó a la fosa, con cuidado de tantear la consistencia del terreno para no resbalar y arruinar su abrigo color marfil. Al asomarse constató, al ver el cartel verde fosforescente, que la familia Moebius no había pagado los gastos de mantenimiento de su parcela. Cada vez nos gastamos menos en la muerte y el ayuntamiento es implacable, pensó Marita.
Al girarse para volver sobre sus pasos vio algo entre los árboles, en una pequeña ramificación del camino en la que no había reparado antes. Se acercó despacio, la sangre golpeándole furte en las sienes. De pronto la piel de la nuca se le había erizado y la sangre parecía helársele dentro de la cabeza. Lanzado un grito ahogado Mariata se giró y corrió, corrió sin parar. A su espalda, alejándose cada vez más, el peligro retornó a la vereda sin luz.

martes, 16 de marzo de 2010

Postgay

Y a esta bien de era gay. Estamos hartos de hablar de nosotros mismos, de no tener la menor intención de hacer nada por nadie. Hartos del ocio como nueva religión, de conversaciones huecas y risotadas sonoras llenas de lengua y humo. Han habido suficientes temas atrevidos, suficiente vocabulario intencionadamente transgresor, innecesariamente transgresor. Hemos visto suficentes giros de tuerca de pantalones, camisas, cinturones, zapatillas all star y monturas. Ha habido ya bastante noche, noche sin sueños, con sexo; noches a la busca del que tiene la respuesta, o en su defecto, de un trozo de piel con pelo recién rasurado, un harapo de humanidad, lo que sea con tal de que se pueda tocar. Basta ya de egoismo, ya es hora de darse cuenta de que gay es sinónimo de egoista, de repetirse hasta el aburrimiento y de no llegar a ninguna parte. Proclamo la muerte de la era gay. Seamos postgay, que cada cual sea lo que quiera, homosexual o no homosexual, pero entremos en la era postgay, ¡ya!