lunes, 5 de abril de 2010

la charca

Pasó el verano del 89 en la Charca como si todos los líquidos de nuestros febriles cuerpos adolescentes se fueran a quedar convertidos en polos-flash transparentes.
El aire se había vuelto tórrido, aplastante y blanquecino, apenas nos dejaba ver el horizonte en la explanada del Aceviche. Cuántas noches bailando la lambada, sabiendo que mil calles llevan hacia ti, suspirando por el flequillo pelirrojo de Rick Ashley.
Bárbara se había peleado y vuelto a juntar con Juampe tres veces, Lina había decidido hacerse peluquera y entrar al curso siguiente en la academia de la calle Lepanto y Pablo todavía mantenía esperanzas de un sí de la Rizos.
Sentados en lo alto del tejado de Tere, hacíamos recuento de las tontadas del verano, de las veces que habíamos planeado subir al 148 y recorrer la Charca hasta salir de ella, de cómo todas se fueron al traste, por muchas y ninguna razón en concreto.
Supongo que, tanto Marta como yo, sabíamos que Tere nunca se atrevería a dar el salto, por eso nos sentimos tan valientes, le reprochábamos que cada vez surgiera una nueva dificultad, pero nos mondábamos viendo pasar el autobús, que dejaba un humo sucio a su paso, y respirábamos tranquilas cuando ya no se veía ni su silueta por el horizonte de la carretera, como si lo único que nos animaba a ir allí fuera inspirar el polvo y la gasolina gastada que dejaba a su paso.
Luego Pablo se las tiraba de gracioso, al vernos volver, qué, otra vez se quedó el 148 sin sus majestades? En el fondo, nunca quisimos realmente subir.
El verano de 1989 tuvo algo mágico, por el cambio de década, por la brisa de las noches que sabían a donpedros y a besos primerizos, a inocencia.
Tere fue la primera en venir contando del piquito que le robó Alfredo, qué canalla, a los 3 días nos confesó que no dejaba de pensar en él. Marta era hueso difícil de roer y nunca supe si es que aquello le parecía ridículo y que lo guardaba tan en la intimidad como los japoneses, el caso es que siempre se mantenía callada, escuchando, lo que a mí me daba para contar las mil y una veces que me había parecido que le gustaba a Pablo, Pablito de la Charca, como lo llamaban sus amigos del Arenas FC junior.

Los días se fueron acortando, el tejado de Tere se volvió cada vez más frío, y cuando supimos que en el 148 se fue Pablito, yo supe que sería para siempre.