sábado, 27 de agosto de 2011

Introito

No puede ser casualidad que yo le diga a mi hija las mismas palabras que mi bisabuela le decía a sus hijos, ni es casualidad tampoco que yo use los gestos que usaba mi abuelo con mi madre, o ella conmigo. No es casualidad que yo le hable a Julia de las cosas de que me hablaba mi padre y quiero creer que tampoco es casualidad que yo la mire con la misma expresión con que nos contempla Sol, la perrilla, cuando nos quedamos todos en casa una tarde compartiendo el sofá.
No es casualidad porque para decir el amor hay unas palabras, unos gestos, cosas que contar y maneras de mirar que aprendemos, con suerte, en nuestra cuna y que se transmiten de generación en generación y se trasvasan incluso de una especie a otra para criar hijos gorditos y cálidos, suaves y sobre todo felices.