lunes, 3 de octubre de 2011

Flexibilidad

Hoy me siento apaleado. No acabo de entenderlo muy bien, porque seguro que J. también se siente apaleado, M. también y quizá E. y S. No tiene mucho sentido porque no creo que nos hayamos dedicado todo el día a darnos palos unos a otros como si fuésemos pulpos sacados del congelador.

Lo que más me fastidia es que además de apaleado tengo que contenerme, porque eso es relamente lo peligroso de sentirme apaleado, que me importa un pepino lo que piensen J, M, E. o S. Diría aún más, me importaría un pepino decirles en sus respectivas caras que me importan un pepino en este momento. Es el furor escarlata que nos inunda el iris a los miembros de mi familia cuando nos sentimos atacados y necesitamos contraatacar. Algo mucho más antiguo, por cierto, que los libros de Harry Potter, donde al malo también se le encienden los ojos en llamas cuando se mosquea. Mi hermano el mayor lo lleva haciendo desde que yo tengo uso de razón; debería haberle sacado el copy right y quizá ahora estaría forrado....

Hoy en día todo el mundo va por ahí de flexible por la vida: "No es problema, soy flexible con la hora...", "sí, vale lo hacemos así, y si no nos llamamos y en un momento vemos cómo lo hacemos que para eso tenemos flexibilidad.", "soy flexible con las fechas...". Al final somos los que tenemos famas de inflexibles e inquisidores los que de verdad ponemos algo de nuestra parte, para que a los tapi-flex-ibles les cuadren todos sus planes y se vayan tan contentos a dormir después de un fin de semana de planes que han salido de rechupete gracias a su enorme flexibilidad.

¡Se acabó!, ahora me voy a volver flexible yo también, o lo que es lo mismo, que voy a ir a la mía y, por si acaso, no voy a salir de casa sin la caña de ablandar pulpos.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Amanecer del veinticuatro de octubre

En los últimos tres meses he visto bastantes amaneceres, el primero, el veintidós de julio, el último ayer, hoy seguramente no me lo perderé tampoco. El amanecer llega casi siempre después de muchos paseos por el salón, después también de cantar El pájaro Chogüí y alguna copla de Doña Concha y acompañado de un revuelo en el nogal. Podría tumbarme otra vez en la cama y cerrar los ojos y dormir una hora más, pero me quedo aquí, tomándome el café y mirando por la ventana del jardín, imaginando cuando Julia tenga unos años más y le cuente exactamente esto y ella me mire sin comprender, pensando seguramente que su madre está chiflada.

He recuperado los sueños, vuelvo a escribir, el bebé ríe.

sábado, 27 de agosto de 2011

Introito

No puede ser casualidad que yo le diga a mi hija las mismas palabras que mi bisabuela le decía a sus hijos, ni es casualidad tampoco que yo use los gestos que usaba mi abuelo con mi madre, o ella conmigo. No es casualidad que yo le hable a Julia de las cosas de que me hablaba mi padre y quiero creer que tampoco es casualidad que yo la mire con la misma expresión con que nos contempla Sol, la perrilla, cuando nos quedamos todos en casa una tarde compartiendo el sofá.
No es casualidad porque para decir el amor hay unas palabras, unos gestos, cosas que contar y maneras de mirar que aprendemos, con suerte, en nuestra cuna y que se transmiten de generación en generación y se trasvasan incluso de una especie a otra para criar hijos gorditos y cálidos, suaves y sobre todo felices.





sábado, 19 de febrero de 2011

Mrs. Healshire

Mrs. Healshire podria haber sido cualquiera de de las mujeres en las que se fue convirtiendo desde que tuvo una llave de casa y algo de dinero. Podría haber sido la mujer de un músico muerto de hambre, llevando el mismo abrigo invierno tras invierno con la dignidad que sólo concede el vivir la vida que uno elige. Hubiese leido muchísimo, a todas horas, y cuando él llegara a casa tras otro día en blanco, ella le habría convencido un día más de que tenía talento, que era cuestión de tiempo. Hubiese aprendio a preparar cenas rápidas y a vivir en un apartamento en eterno desorden, a buscar sus blusas en lugares imposibles, colgando de una cómoda o en una maleta a medio deshacer de algún fin de semana en un pueblo desaliñado junto al mar.
Podría haber sido la esposa de aquel joven y ambicioso abogado que le miraba las rodillas cuando ella no tenía más de ocho años en casa de sus padres. Hubiese aprendido a ignorarlo la mayor parte del tiempo y preparar su agenda de compras, almuerzos y visitas a alguna peluquería de moda con amigas de algún otro abogado o banquero de los que venían a sus fiestas de Halloween.
Pudo también haber sido chispeante y jovial, la mujer de aquel isleño del que conoció poco más que un par de noches de amor en una isla y una cama prestadas. Todo buen humor y optimismo, habría aprendido miles de platos deliciosos y se habría preocupado día y noche por las idas y venidas de cada miembro de la familia. Una madre devota, una matriarca de un clan de pieles brillantes y vidas sin complicaciones.
Mrs. Healshire podría haber sido muchas más mujeres, y a la vez la misma, mimética con lo que la rodea, resuelta a ser feliz, discípula de el entorno al que ha elegido pertenecer, con el orgullo y la seguridad y el egoismo atroz que sólo proporciona el pensar únicamente en uno mismo.