Y así ocurre, con la suerte para nuestros siete lectores de que una combinación muy desafortunada en el teclado se ha llevado mar adentro una oda a lo que pudo ser y no existió tan siquiera.
jueves, 31 de diciembre de 2009
tic-tac
martes, 3 de noviembre de 2009
corriente
viernes, 25 de septiembre de 2009
El vecino
Nos revolvía el pelo con cara de contento y en realidad le asqueábamos con nuestras rodillas sucias y los brazos flacos llenos de cardenales. Se sacaba caramelos de anís del bolsillo nada más oírnos abrir el portón y en realidad sólo le preocupaba no rozarnos con sus dedos pulcros como de cirujano cuando nos los ofrecía con gesto amoroso. Escuchaba paciente nuestras aventuras de después del colegio, pero suspiraba por que desapareciéramos cuanto antes, que llegara un viento del Oeste y se nos llevara lejos. El día que encontraron a Mario en una cuneta, vino a llorar a casa compasivo, pero sus ojos decían : « uno menos, paciencia, uno menos… »
lunes, 14 de septiembre de 2009
Las vueltas
Pero después, en el tren, en la lluvia, en la noche inesperada a esa hora, el alma se le ha hecho gelatina y ni la coraza de jibia ha impedido que se le desparrame cinturón abajo, incontenible, licuada, bañando el suelo del vagón. A Miguel le ha avergonzado su torpeza y al suelo se ha echado de inmediato para recoger su alma, disculpándose ante todos sin mirar a nadie y esperando que el tren no se llenase de ranas, que a Miguel no le gustan los escándalos. Sin llamar más la atención ha salido Miguel del tren, a una calle que es cuesta arriba y quiere una palmera de chocolate. Es lo que Miguel se comería para zanjar la situación; o un rosco de merengue o un trozo de pan de aceite, mojado en leche caliente y prensado contra el paladar, para chuparle toda la leche. Y así Miguel sabe que se hará otra vez duro y con sonrisa y con alma de jibia.
martes, 8 de septiembre de 2009
flores de plástico
Las flores de plástico eran realmente frondosas. A Mami le encantaba mirarla, plantando su culo abultado delante del escaparate. Lo tenía embutido en una tela de colores vivos, de un estampado alegre, lo movía con esa magia con que las negras hacen cualquier movimiento, parecía de paja, a pesar de aquel volumen.
Había flores que tenían rocío de la mañana pegado eternamente, daba fresquito verlo. Quizá por eso nadie notó cómo se iban derritiendo las flores de plástico de la tienda, cómo lentamente, las hojas, el cáliz, pétalos, incluso espinas, iban formando una bola irreconocible que caía sin gracia en el suelo de la tienda.
La negra vivía un piso más arriba de Mami. Daba gusto mirarla. Con el calor llevaba una camiseta pegada como de interior, y nunca se olvidaba de los levis ajustados, eso a Pedro lo volvía loco. Hasta el último pelo rubio de su piel escocesa se erizaba al verla bajar la escalera costrosa de la casa colonial, antes de una inportante familia venida a menos. Como todas las casas de la zona, el color, que alguna vez había brillado intensamente, se tornaba ahora tan pálido y resquebrajado que parecía un viejecito a punto de agonizar. Los balcones con sus balaustradas, las puertas de madera desvencijada, las contraventanas con sus rendijas por las que la silueta de la Negra se movía de un lado a otro. Pedro suspiraba. ¿Cómo conseguir un ramo de flores de plástico? Sin dinero, sin trabajo, recibiendo una mísera pensión, quién podía imaginar que cerraría la tienda?
Las flores de plástico se les presuponía resistentes a cualquier estado atmosférico, de hecho a Mami le parecía la unica solución al cambio climático: si pudiéramos comer pastillas de astronautas y regalar flores de plástico a las enamoradas, todo estaría solucionado, decía Mami. A Pedro las cosas de Mami le parecían bobadas, pero sabía que la Negra se moría por un jarrón de rosas falsas, de esas con rocío de la mañana.
Fue una tarde de septiembre, cuando ya había ahorrado para un ramo de aquellas flores de plástico, cuando Pedro se dió cuenta de que la tienda había cerrado. Por el escaparate, limpiando con la mano un poco los cristales del establecimiento, vió aquella mancha enorme en el suelo, aquel hedor a bolsa chamuscada, aquella masa deforme que se movía lentamente hacia las rendijas de la tienda.
domingo, 23 de agosto de 2009
la herencia
miércoles, 19 de agosto de 2009
Las páginas en blanco
miércoles, 12 de agosto de 2009
conocer al señor Dietl
martes, 11 de agosto de 2009
consciencia
Debía tener veinte años más o menos cuando me di cuenta por primera vez de mi locura. Iba aún a la universidad y tenía la curiosa cualidad de rodearme de los personajes más estrafalarios. Pensaba que era por mi carácter abierto, por ese don heredado de la abuela Carmen de que todo el mundo me cuente sus males y sus amores, qué sé yo, por ser hija de rojos, pero no por estar loca. Fue Guille la que me lo confesó, loca también como no podía ser menos con un ojo verde y otro castaño, la piel más suave que he encontrado nunca y durmiendo en la calle, a pesar de ser hija de médica y señor muy serio: "Es que se te nota que ves más allá que otros, que eres especial..." No hace gracia que te diga una cosa así una loca, puede uno intertar cogerlo por donde quiera, pero no es lo que yo quería ser. Yo había soñado con ser una gran mente científica, concertista, millonaria si quieres, pero no la diva de una panda de desequilibrados.
Desde aquel día, seguramente un día de junio cerca de los exámenes, me he esforzado por combatirme a mí misma, por hacerme pasar por el ojo de una aguja y hacerme un hueco en la normalidad. En realidad sólo me ha servido para ser un poco más infeliz, los locos de ley, como yo, no pueden esconderlo, me imagino a la gente siendo amable conmigo y pensando: "qué chica tan lista, y sí que es simpática, lástima que esté tan chiflada..." Porque como loco te esfuerzas cada día en homogeneizarte con tu entorno, ponerte mechas rubias, tener un trabajo de estos de persona normal y hablar de las cosas de que habla la gente, por ejemplo: "yo creo que tal y como están las cosas lo mejor es invertir a plazo fijo". O: "Fulanita ha engordado muchísimo, me da que no está bien con el marido y se refugia en la comida". O incluso: "el último jarri póter me parece fabuloso, tan oscuro, tan adulto, tan dramático..." Mientras te atienes al guión no hay problema, las mechas hacen la mitad del trabajo y tampoco hay tantos temas de conversación como para no dominar el día a día. El problema es cuando bajas la guardia un momento y sueltas algo del estilo: "mis plantitas de tomates me hacen feliz porque huelen al Sur y a vida". O también:. "yo creo que nuestro trabajo consiste en estafar a la gente, deberíamos volver al sistema de canje". En esos momentos me siento muy sola...
domingo, 21 de junio de 2009
La flor de la planta trepadora
Las emociones sufren con estas congelaciones de la motricidad; la agitación interna, nuestras inquietudes dejan de oscilar, se van parando, hasta alcanzar un rendimiento mínimo próximo a un cero absoluto y quedar, así, en ralentí.
Las esperanzas latentes al final arrancan a crecer y, si cuando eso ocurre fuera hace frio, te crecen para adentro y los optimismos que deberían llevarte a planear fines de semana montando en bicicleta y vacaciones con amigos de siempre se tornan entonces en distorsiones menos amables. Supongo que es así como acabé pensando que, esperando lo mejor, vería a esta amiga unas diez veces en lo que me queda de vida, o pasearía por aquella playa una veintidós veces más, o que nunca más iría a Atenas.
domingo, 3 de mayo de 2009
Días de furia
viernes, 6 de marzo de 2009
Terreno edificable en Marte
Uñas de fresa
miércoles, 25 de febrero de 2009
06:45
jueves, 19 de febrero de 2009
Estrés
viernes, 6 de febrero de 2009
Completitud
sábado, 24 de enero de 2009
Dominarse o pensar
miércoles, 21 de enero de 2009
Artemisa
lunes, 12 de enero de 2009
huele a bacon y garaje
Estos días he paseado mucho, he encontrado viejas plazas en las que pasábamos mucho tiempo cuando teníamos quince años y nunca teníamos que irnos a la cama, he estado en tiendas viejas y cochambrosas que no visitaba desde hacía años y he vuelto a arrepentirme, he cruzado el río y he subido y bajado cuestas hasta perder el aliento.