sábado, 22 de mayo de 2010

diferentes


Cuando caigas enfermo por un virus contagioso y estés en cama tiritando por la fiebre, viendo sombras atravesar la habitación y susurrarte amenazas al oído, no esperes que vaya a la cocina a buscarte agua, no creas que me sentaré a tus pies y te cogeré la mano para darte consuelo, no pienses que pasaré la noche en vela a tu lado, espantando los espectros, mirándote dormir y oyéndote respirar por que no estés solo.
Asomaré más bien con cuidado a la puerta de tu habitación de enfermo, mal ventilada y repleta de miasmas y te miraré con preocupación sincera, pero procurando respirar sólo superficialmente. Me asomaré y frunciendo el ceño te anunciaré la llegada del médico, iré a la farmacia si no tengo que trabajar, te leeré en voz alta los efectos secundarios de lo que te prescriba, por si a causa de tus ojos llorosos y el aturdimiento no eres capaz de hacerlo solo.
Esa vida que a ti parece que te regalaron, es lo más valioso que tengo yo, lo único me atrevería a decir, que algo vale de cuanto tengo. Y no la arriesgaré por entrar en ese dormitorio infesto a consolarte, a tí, que tu propia existencia te es menos valiosa que un amigo, que la empeñaste tantas veces en tantas estupideces, por deslumbrar a una mujer, o por demostrar que sí podías saltar aquélla tapia…
Ni lo sueñes.