miércoles, 4 de junio de 2008

Descubrir el rojo


No me di cuenta ayer, me he ido dando cuenta poco a poco, pero fue ayer, al ver su cuerpo moviéndose perezoso sobre la cama deshecha cuando entendí.

Yo he querido siempre rosas rojas. Perfectas. De tacto irresistible y color lleno. Pero no es la rosa la dueña del rojo, ni quien mejor lo representa. Hay amapolas de rojo ingenuo. Hay tomates de rojo turgente que esconden sabor y verano. Hay mejillas de rojo azorado. Existen también edredones de rojo cálido y sábanas de rojo íntimo. Veo ladrillos rojos que brillan al sol en fábricas señoriales de otros tiempos. Labios rojo Evita, labios rojo natural y orejas naturalmente rojas. Fresas que llegan una vez al año, visita roja antes del verano, antes de la sandía roja y de los aterdeceres encendidos en rojos, rojos colorados, dorados, saturados, mezclados.
Está por todas partes, está en todo, y no sólo en los ramos de rosas que tan poco a menudo se compran. Ahora entiendo. ¿Quién quiere esperar a que le traigan rosas rojas, cuando la belleza del rojo le desborda por doquier? ¿Quién quiere la idea de lo perfecto, cuando lo perfecto te rebosa por los cuatro costados? Y todo es obra de un cuerpo, de una cara mojada en sueño que me mira y me pregunta si es muy tarde. No es tarde, ¡qué va a ser tarde! Es justo la hora adecuada, la hora de empezar a entender.