domingo, 23 de agosto de 2009

la herencia

Cuando me presentaron a Irene la vi vestida de blanco, como se lleva el luto en su tierra, con esa sonrisa burlona que apenas la abandona en momentos de mucha tensión, tumbada en su ataúd, como una niña dormida que sueña con las aventuras de las vacaciones pasadas.
Cuando me presentaron a Irene me habló de su sobrina y del nuevo bebé en la familia, que por descuido de los padres se había quedado sin nombre. “Es cosa corriente”, me explicó, “le dieron demasiadas vueltas y al final llegaron tarde”. Yo la vi, sin embargo, envuelta en su sudario de batista blanca con vainica que bordó su hermana, lo vi todo desde el borde de su tumba en un día ventoso, en un cementerio que no pude reconocer.
Cuando me presentaron a Irene ella ya me conocía, me miró a los ojos y me dijo: “No has de tener miedo, aún falta mucho, pero quiero que te encargues de mis cuadros”. Con Irene no se puede discutir, de eso me di cuenta en seguida, así que le pregunté de cuántos cuadros se trataba y decidí buscar un guardamuebles para estar preparada.
“Mira, lo fundamental de la cocina de mi tierra es el canto que acompaña cada plato, no debes menospreciarlo”, me contaba animada mientras salíamos a la terraza. A pesar de los niños correteando a nuestros pies, del sol brillante y el olor a barbacoa no podía dejar de pensar en cuánto costaría alquilar un sótano sin humedad, o quizá construir una cabaña en el jardín donde poder guardar la herencia de Irene.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Las páginas en blanco

¿Cómo se puede continuar una amistad cuando alguien no está dispuesto a perdonar? Yo no lo sé. Desde hace meses una amiga no me deja nada de espacio. Hubo un año 2004 en el que, por las circunstancias, porque etonces le dábamos menos vueltas a las cosas o simplemente porque eramos más chicos, estaba loca por mí (y yo por ella). Ahora cuando estoy con ella lucho haciendo equilibrio sobre una barra para periquitos por no espanzurrarme contra el suelo. Unas veces con más estilo, otras veces de pena y otras, me caigo. No parece haber solución. Como leí en alguna parte unos días atrás, lo que se acaba se acaba, se le hace su duelo y a otra cosa. Resistirse no sé si nos está haciendo bien, no sé siquiera si tiene algún sentido. Cuando alguien decide que nunca más le harás reir, creo que tiene un significado claro, me dice que el final de la historia quedó ya veinte páginas atrás y lo que sigue son páginas en blanco que nos hemos empeñado en seguir leyéndo en voz alta.

miércoles, 12 de agosto de 2009

conocer al señor Dietl

Matilde ya no se acuerda de cuándo llegó el señor Dietl, sabe que fue un verano, en pleno mes de agosto a las cinco de la tarde cuando lo conoció, ella arreglando los canarios en la ventana después de ver la novela, él bañado en sudor sonriendo de oreja a oreja. Buscaba un hotel barato, una pensión, un sitio donde darse una ducha y pasar un par de noches. Y fíjate, ni se sabe ya el tiempo que hacía de aquello, el señor Dietl se quedó y comenzó su propia dinastía de canarios, encontró una bicicleta todavía en uso en la placeta de los naranjillos y un trabajo mal pagado e incómodo de conserje de noche en el mismo hotelillo de barrio que le recomendó Matilde.
“Hija, yo creo que es gai de ésos, yo no le he conocido novia ninguna, y buen mozo es y listo, que mira cómo aprendió el español en un pis pas, sin clases ni nada, a fuerza de sentarse aquí las mañanas conmigo. Vamos, si no, no me lo explico.”
El señor Dietl vive en un bajo en una calle estrecha cerca de la parroquia en una casa antigua con rejas de hierro forjado en las ventanas. Allí cuelgan los pajarillos, felices de ver pasar viejas que van a misa, del sol que se cuela hasta sus jaulas, de los olores que van y vienen. Y allí se pasa él los ratos cuando no está en el hotel, poniendo agua limpia, colgando hojas de lechuga entre los barrotes, barriendo el mijo que tiran sin descanso.

martes, 11 de agosto de 2009

consciencia

Debía tener veinte años más o menos cuando me di cuenta por primera vez de mi locura. Iba aún a la universidad y tenía la curiosa cualidad de rodearme de los personajes más estrafalarios. Pensaba que era por mi carácter abierto, por ese don heredado de la abuela Carmen de que todo el mundo me cuente sus males y sus amores, qué sé yo, por ser hija de rojos, pero no por estar loca. Fue Guille la que me lo confesó, loca también como no podía ser menos con un ojo verde y otro castaño, la piel más suave que he encontrado nunca y durmiendo en la calle, a pesar de ser hija de médica y señor muy serio: "Es que se te nota que ves más allá que otros, que eres especial..." No hace gracia que te diga una cosa así una loca, puede uno intertar cogerlo por donde quiera, pero no es lo que yo quería ser. Yo había soñado con ser una gran mente científica, concertista, millonaria si quieres, pero no la diva de una panda de desequilibrados.

Desde aquel día, seguramente un día de junio cerca de los exámenes, me he esforzado por combatirme a mí misma, por hacerme pasar por el ojo de una aguja y hacerme un hueco en la normalidad. En realidad sólo me ha servido para ser un poco más infeliz, los locos de ley, como yo, no pueden esconderlo, me imagino a la gente siendo amable conmigo y pensando: "qué chica tan lista, y sí que es simpática, lástima que esté tan chiflada..." Porque como loco te esfuerzas cada día en homogeneizarte con tu entorno, ponerte mechas rubias, tener un trabajo de estos de persona normal y hablar de las cosas de que habla la gente, por ejemplo: "yo creo que tal y como están las cosas lo mejor es invertir a plazo fijo". O: "Fulanita ha engordado muchísimo, me da que no está bien con el marido y se refugia en la comida". O incluso: "el último jarri póter me parece fabuloso, tan oscuro, tan adulto, tan dramático..." Mientras te atienes al guión no hay problema, las mechas hacen la mitad del trabajo y tampoco hay tantos temas de conversación como para no dominar el día a día. El problema es cuando bajas la guardia un momento y sueltas algo del estilo: "mis plantitas de tomates me hacen feliz porque huelen al Sur y a vida". O también:. "yo creo que nuestro trabajo consiste en estafar a la gente, deberíamos volver al sistema de canje". En esos momentos me siento muy sola...