viernes, 31 de diciembre de 2010

Almohadas, corderos y el 2011

Desde hace unos meses no tengo tiempo ni cabeza para tradiciones. Intentaré convencerme que está en mi mano cambiar algo. Intentaré escribir en este último día del año, como he hecho otras veces; como es ya, creo, una tradición.

Hoy el sueño ha sido para mi sorpresa una bendición. Me he levantado con la mente clara, despejada, como una habitación bien ordenada y blanqueada de sol. En el corto trayecto de la estación a la oficina me ha pasado, como me pasa en los días que duermo bien y desayuno conscientemente, que me siento recorrido por un ímpetu, por una música que creo que sólo yo escucho y que me invita a lanzar mi bolso de mano por los aires, estirar el cuerpo todo lo que pueda y doblar las piernas por las rodillas hasta convertirme en una clave de sol en segunda línea y llegar al trabajo contoneándome y danzando como un cordero con zapatos de tacón rosados.

Dormir bien y bien acompañado es el remedio a la escasez de sonrisas, la pereza villana, y las lavadoras cerebrales de programa especial manchas difíciles.
Las palabras de algún amigo también ayudan y hacen de orejeras de lana gorda contra los helados gritos de las preocupaciones y los miedos.

Curiosamente, a pesar de estos espasmos de felicidad, deseo con todas mis fuerzas no recordar este fin de año con particular interés. Tengo ganas de que pase rápido y no deje más acuse que el saber que la continuidad del tiempo nos llevó a cruzar el fin de 2010 en algún momento pasado y olvidado ya. Si acaso sólo acordarme de que no ocurrio nada malo.

martes, 21 de septiembre de 2010

la soledad del portero...




...se comprende mucho mejor con un bebé en brazos, no sé si me explico...

lunes, 26 de julio de 2010

Irreparable

He bajado la guardia y me he permitido mirarla una fracción de segundo más de lo que una mirada no furtiva debiese haber durado. La respuesta a la agresión ha sido tan clara que casi me echo a llorar antes de atinar a clavar mi mirada en la seguridad del paisaje. Su mirada se ha parado, su percepción de lo que ocurría en el vagón se ha esfumado para dejar paso a una nada de expresión, a un dolor sin rostro. Sus ojos eran amargura. Ha sido un descuido, un exceso de curiosidad irresponsable, pero en cualquier caso mis ojos le han lanzado un recordatorio cruel; la mirada angustiada de un "cuerdo" le ha recordado, seguramente, que ella está al otro lado, el lado de la locura. Que su caso da mas pena porque es muy linda y parece normal, hasta que se mueve y gesticula. Seguramente la he mirado como tantas otras veces otros tantos desconsiderados lo han hecho. Horrible. Mi mirada ha sido un error irreparable del que jamás me creí capaz.

sábado, 22 de mayo de 2010

diferentes


Cuando caigas enfermo por un virus contagioso y estés en cama tiritando por la fiebre, viendo sombras atravesar la habitación y susurrarte amenazas al oído, no esperes que vaya a la cocina a buscarte agua, no creas que me sentaré a tus pies y te cogeré la mano para darte consuelo, no pienses que pasaré la noche en vela a tu lado, espantando los espectros, mirándote dormir y oyéndote respirar por que no estés solo.
Asomaré más bien con cuidado a la puerta de tu habitación de enfermo, mal ventilada y repleta de miasmas y te miraré con preocupación sincera, pero procurando respirar sólo superficialmente. Me asomaré y frunciendo el ceño te anunciaré la llegada del médico, iré a la farmacia si no tengo que trabajar, te leeré en voz alta los efectos secundarios de lo que te prescriba, por si a causa de tus ojos llorosos y el aturdimiento no eres capaz de hacerlo solo.
Esa vida que a ti parece que te regalaron, es lo más valioso que tengo yo, lo único me atrevería a decir, que algo vale de cuanto tengo. Y no la arriesgaré por entrar en ese dormitorio infesto a consolarte, a tí, que tu propia existencia te es menos valiosa que un amigo, que la empeñaste tantas veces en tantas estupideces, por deslumbrar a una mujer, o por demostrar que sí podías saltar aquélla tapia…
Ni lo sueñes.

lunes, 5 de abril de 2010

la charca

Pasó el verano del 89 en la Charca como si todos los líquidos de nuestros febriles cuerpos adolescentes se fueran a quedar convertidos en polos-flash transparentes.
El aire se había vuelto tórrido, aplastante y blanquecino, apenas nos dejaba ver el horizonte en la explanada del Aceviche. Cuántas noches bailando la lambada, sabiendo que mil calles llevan hacia ti, suspirando por el flequillo pelirrojo de Rick Ashley.
Bárbara se había peleado y vuelto a juntar con Juampe tres veces, Lina había decidido hacerse peluquera y entrar al curso siguiente en la academia de la calle Lepanto y Pablo todavía mantenía esperanzas de un sí de la Rizos.
Sentados en lo alto del tejado de Tere, hacíamos recuento de las tontadas del verano, de las veces que habíamos planeado subir al 148 y recorrer la Charca hasta salir de ella, de cómo todas se fueron al traste, por muchas y ninguna razón en concreto.
Supongo que, tanto Marta como yo, sabíamos que Tere nunca se atrevería a dar el salto, por eso nos sentimos tan valientes, le reprochábamos que cada vez surgiera una nueva dificultad, pero nos mondábamos viendo pasar el autobús, que dejaba un humo sucio a su paso, y respirábamos tranquilas cuando ya no se veía ni su silueta por el horizonte de la carretera, como si lo único que nos animaba a ir allí fuera inspirar el polvo y la gasolina gastada que dejaba a su paso.
Luego Pablo se las tiraba de gracioso, al vernos volver, qué, otra vez se quedó el 148 sin sus majestades? En el fondo, nunca quisimos realmente subir.
El verano de 1989 tuvo algo mágico, por el cambio de década, por la brisa de las noches que sabían a donpedros y a besos primerizos, a inocencia.
Tere fue la primera en venir contando del piquito que le robó Alfredo, qué canalla, a los 3 días nos confesó que no dejaba de pensar en él. Marta era hueso difícil de roer y nunca supe si es que aquello le parecía ridículo y que lo guardaba tan en la intimidad como los japoneses, el caso es que siempre se mantenía callada, escuchando, lo que a mí me daba para contar las mil y una veces que me había parecido que le gustaba a Pablo, Pablito de la Charca, como lo llamaban sus amigos del Arenas FC junior.

Los días se fueron acortando, el tejado de Tere se volvió cada vez más frío, y cuando supimos que en el 148 se fue Pablito, yo supe que sería para siempre.

miércoles, 31 de marzo de 2010

Mauricio

El traductor vive en la casa corriente, en el cuarto izquierda. Pasa las horas en el despacho, una biblioteca de madera de nogal con mucha luz y muchos, muchísimos libros. Marina tiene prohibida la entrada, pero cuando aprendió a leer la curiosidad por el universo de letras en que se refugiaba su padre cada día desde las nueve en punto hasta la una, desde las tres a las siete, comenzó a crecer hasta ser más fuerte que la niña obediente y sensata que siguió refunfuñando y augurando desgracias siempre que se sentaba en el pretil de la ventana junto al escritorio, cada vez que él salía a hacer algún recado.

El traductor es un padre joven, a ella le recuerda a Gregory Peck en "Matar a un ruiseñor", también con ese aspecto un poco cansado como de tener demasiadas responsabilidades para su edad. Usa pantalones de pana y una chaqueta de lana verde botella con coderas casi todo el año y esconde el secreto entre los pliegues de la chaqueta, tras el bolsillo de la camisa, cerca de su piel.

Un jueves de mediados de febrero, cuando ya había vuelto la esperanza de los días largos y de otra primavera, cuando las sombras ya eran más cortas y más nítidas, Mauricio no quiso más. Se levantó como siempre a las siete y cuarto, se vistió meticulosamente, cogió el abrigo, las llaves, la billetera y, sin despedirse y montado en su bicicleta, se lanzó a las vías ante el regional RB603 de las siete cincuenta.

lunes, 29 de marzo de 2010

El silencio del barro

Marita entró en el cementerio sin saber cuánto le iban a molestar los zapatos de tacón color crema al caminar por la tierra blanda. No tenía ni idea de qué clase de lugar era aquel: si habría caminitos pavimentados o si sería lo que parecía desde fuera, un gran retal de bosque en medio de la ciudad. Nada de lo que había visto le había soreprendido, ni mucho menos desagradado. Desde niña, Marita jamás había mostrado la menor manifestación de esos miedos irracionales que sufrían la mayoría de niños. Siempre había caminado a oscuras por casa y había explorado los caserones abandonados de las afueras de la ciudad. Estas cosas la convertían en un ser superior al resto de niños asustadizos de su clase, y eso, era simplemente irresistible.
Bajo sus pies sus pasos eran una sequencia sorda, síncrona con sus pensamientos. El paseo estaba resultando muy relajante. Desde hacía unos minutos no se había vuelto a cruzar con ningún otro visitante. Los árboles se habían ido haciendo más altos y sus copas no dejaban que fuese medio día; en esa vereda la oscuridad era fría. Marita no sintió la menor alarma ante las ocuridad que inesperadamente la rodeaba ni al descubrir, al vanzar por el camino, el grupo de esculturas decapitadas ante una tumba abierta. Lentamente se acercó a la fosa, con cuidado de tantear la consistencia del terreno para no resbalar y arruinar su abrigo color marfil. Al asomarse constató, al ver el cartel verde fosforescente, que la familia Moebius no había pagado los gastos de mantenimiento de su parcela. Cada vez nos gastamos menos en la muerte y el ayuntamiento es implacable, pensó Marita.
Al girarse para volver sobre sus pasos vio algo entre los árboles, en una pequeña ramificación del camino en la que no había reparado antes. Se acercó despacio, la sangre golpeándole furte en las sienes. De pronto la piel de la nuca se le había erizado y la sangre parecía helársele dentro de la cabeza. Lanzado un grito ahogado Mariata se giró y corrió, corrió sin parar. A su espalda, alejándose cada vez más, el peligro retornó a la vereda sin luz.

martes, 16 de marzo de 2010

Postgay

Y a esta bien de era gay. Estamos hartos de hablar de nosotros mismos, de no tener la menor intención de hacer nada por nadie. Hartos del ocio como nueva religión, de conversaciones huecas y risotadas sonoras llenas de lengua y humo. Han habido suficientes temas atrevidos, suficiente vocabulario intencionadamente transgresor, innecesariamente transgresor. Hemos visto suficentes giros de tuerca de pantalones, camisas, cinturones, zapatillas all star y monturas. Ha habido ya bastante noche, noche sin sueños, con sexo; noches a la busca del que tiene la respuesta, o en su defecto, de un trozo de piel con pelo recién rasurado, un harapo de humanidad, lo que sea con tal de que se pueda tocar. Basta ya de egoismo, ya es hora de darse cuenta de que gay es sinónimo de egoista, de repetirse hasta el aburrimiento y de no llegar a ninguna parte. Proclamo la muerte de la era gay. Seamos postgay, que cada cual sea lo que quiera, homosexual o no homosexual, pero entremos en la era postgay, ¡ya!

miércoles, 27 de enero de 2010

pintura costumbrista

La niña tonta se ha quedado calva. En realidad la niña tonta es muy lista, listísima, porque dibuja muy bien y ayuda a la princesa a restaurar un goya que vende desde hace cinco años. Ahora, además de las chaquetillas de perlé heredadas de la princesa y los pantalones de tergal que le compran en el mercadillo, lleva un pañuelo atado a la cabeza, para que no se note tanto que se ha quedado calva.

La princesa ha decidido que hay que hacer algo con esta calvicie y después de informarse bien y recaudar abundantes fondos para la causa, ha llevado a la niña tonta a un médico especialista en calvicies producidas por el estrés. Una eminencia, en realidad.

- Esta niña está calva, no cabe la menor duda.
- Ya lo decía yo, ¿te lo había dicho o no, niña, que estabas calva?

La niña tonta calla. La eminencia, sin dejarse arredrar por un caso tan fuera de lo común como lo es éste, le ha diagnosticado un cuadro complejísimo de un montón de cosas innombrales y ha recomendado su incursión sin demora en un programa experimental en Ginebra. Ante esta papeleta, a la pobre princesa no le quedó otra más que llorar amargamente su mala suerte y dirigirse a su siempre adorada bienhechora, la dama parroquial.

miércoles, 20 de enero de 2010

el discípulo

Dentro de mí vive un discípulo de mi propia existencia al que no consigo enderezar. Sus voces a veces apagan el brillo de las cosas más tiernas, las que, si te fijas, son el sentido de la vida. Contesta a mis súplicas, a veces me da un respiro, supongo que lo hará pensando en triunfos mayores, en días gloriosos, en noches de júbilo y en ocasiones especiales, para tenerme preparado un desfile de frases horrendas, de finales fatales, de catástrofes inevitables.
Es un discípulo de lo más indisciplinado, que tiene mucho genio, incluso se le podría llamar pasión, pero es una pasión incontrolada y desviada, lamentablemente hacia el lado funesto.
Últimamente me río de su patética visión de la realidad. Lo entretengo con carnaza que anima su voracidad destructiva y parece que anda más tranquilo. Dice tener todo controlado, me temo que guarda algo debajo de la manga, pero lo sorprendí el otro día disfrutando, tanto como yo, de lo simple y hermoso que puede resultar lo cotidiano.

martes, 12 de enero de 2010

Declaración de amor

...Mira, aquí fue donde casi me mata el tranvía 14- una capa de nieve nueva dejaba sólo al descubierto las vías y alguna pisada del 43. Eso me pasa por ir escuchando música mientras camino.

Sí, ten cuidado- la vista al frente según caminamos, no necesita mirar al cruce porque se lo conoce de memoria.

Imagínate que te hubiese llamado un desconocido para decirte -me encantan estas maldades- que estoy muerto tirado en el suelo delante del tranvía 14...

Eso no puede ser -me interrumpe. Esa persona no podría saber que tú eres de mí.

No se dice así, se diría "que tú me perteneces a mí"....