domingo, 13 de noviembre de 2016

Constante cosmológica

Habíamos quedado directamente en el restaurante, ése de enfrente de la estación, el que hace esquina, pero podríamos haber decidido citarnos en cualquier otro sitio. La cafetería del centro que hace crêpes por las tardes, el portalillo de Gerardo que no se llama Gerardo, el chino de la calle de detrás de la facultad o un bar de modernos en Huertas. Habría dado igual. Habría sido también lo mismo que en lugar de verte esperar en el semáforo a través de las ventanas de un autobús que cruzaba se hubiera atravesado un grupo de turistas japoneses, o la procesión del Silencio. Igual, te habría visto. Y posiblemente no seas quien eras cuando nos conocimos, ni yo sea quien era, pero cuando te miro, aunque pase el tiempo, aunque a veces no te entienda, o tú no me entiendas, o cambie el mundo entero y nosotros con él, te veo y te reconozco.

martes, 1 de noviembre de 2016

Siempre noviembre

Noviembre siempre entra con mal pie, no tiene otro remedio el pobre, pero aún sabiéndolo, yo lo sigo esperando con un poco de rencor. Me parece que la tiene tomada conmigo, que me apaga la luz a mi personalmente, que me llena el patio de niebla a mi sola, que me sopla exclusivamente a mi por el cuello del abrigo para llevarme temblando desde la puerta de casa hasta el buzón de la esquina. 
Noviembre, noviembre, como si fuera él quien me tiene manía a mi, como si fuera él quien se hace el loco, por no verme, por no pensarme, como si yo no fuera. Y luego llega el quince, y llamo a casa. Y me encuentro silencio, un rato. Luego una pregunta cariñosa, qué tal tú, bien, bien, ya bien. Y no es verdad.

martes, 8 de marzo de 2016

La mirada ajena

Tengo mucha envidia de las fotos de Loretta, fotos en las que aparece distraída, mirando hacia algo que el expectador no ve, viviendo una realidad que no tiene que ver con la foto. Pero sobre todo, siendo vista. 
Hilde Domin lo dice mejor que yo en su poema 

"Es gibt dich"

Dein Ort ist
wo Augen dich ansehen.
Wo sich Augen treffen
entstehst du.

Von einem Ruf gehalten,
immer die gleiche Stimme,
es scheint nur eine zu geben
mit der alle rufen.

Du fielest,
aber du fällst nicht.
Augen fangen dich auf.

Es gibt dich
weil Augen dich wollen,
dich ansehen und sagen
daß es dich gibt.

jueves, 3 de diciembre de 2015

Hasta cuándo

Cuando nació mi primera hija, la vida estaba en orden. Habían pasado cosas malas, es cierto, pero no había llegado a alterarse el orden vital, mis mayores habían enfermado, algunos habían muerto. Yo les había sobrevivido, mi cuerpo y mi espíritu no me habían fallado hasta entonces. 
Ahora que han pasado cinco años desde entonces soy madre de dos hijas más y el orden de las cosas ya no es el que debería ser. Es cierto que he sobrevivido, pero mi cuerpo ya apenas me pertenece, entre renuncios y cicatrices. Cuando nació Julia no habría sabido pensar en un futuro sin mí, ahora no dejo de pensar en si llegaré a ver esto o aquello.

Ahora cuando les digo te quiero me pregunto hasta cuándo estaré aquí para recordárselo, hasta cuándo, después de no estar yo, seguirán sabiéndolo. Porque el haber amado no se olvida, pero el ser querido cuesta creerlo y, tras un tiempo sin escucharlo, parece que nunca fue. Por eso se lo repito a mis tres pajarillos hasta ponerme un poco pesada, quiero pensar que a fuerza de decírselo me acabarán creyendo y les quedará algún residuo de certeza cuando ya no lo oigan más. 

jueves, 19 de noviembre de 2015

Pequeños milagros


Los pajarillos verdes, los limoncillos, han vuelto a mi ventana, Mi ventana es una muy distinta a la de hace cinco años, es mucho más grande, tiene un balcón adosado y entra mucha más luz. Además está orientada a poniente, justo al contrario que la anterior, ahora veo acostarse al sol, antes veía amanecer. Es, en definitiva, un pequeño milagro que los pajarillos verdes, mis limoncillos, hayan sido capaces de encontrarme, pero lo han hecho. Me gusta pensar que me buscaban a mí, pero en realidad sé que ellos se dejan llevar por el olor a leche agrilla, y los ruidos de amor que se escapan por las rendijas de mi ventana. Llegan al balcón, se posan en la barandilla y miran muy fijamente dentro de mi salón, observando esos bracillos que aletean, casi parece que reman, y esas dos bocas inseguras pero esperanzadas, que se abren con una delicadeza infinita buscando, imitando, cuando me acerco a ellas para consolarlas.

domingo, 30 de junio de 2013

Pérdidas

Los ninos nos roban el sueño, es cierto. Desde el momento en que conocemos su existencia o futura existencia, según definiciones, nos abandona el sueño tranquilo y regenerador. Cierto, no volvemos a dormir tan profunda ni tan largamente como antes, ni tampoco tan a menudo, todo eso se acabó. Se termina también la libertad como la conocimos y conquistamos en la adolescencia, ese decidir por y para nosotros, ese no dar explicaciones a nadie, no contestar a ningún por qué.

Borrón y cuenta nueva. La vida, como la conocíamos, como la dise
ñamos y deseamos, como la habíamos ganado, ya no existe.
Ahora existe un ni
ño. Un ser egoísta e inexperto en casi todo, que aprende a ojos vista el arte de la, según muchos, manipulación y extorsión. Nuestra vida ha desaparecido y a cambio tenemos una especie de gremlin malo al que no queda más remedio que dar de comer varias veces durante la noche y que se vuelve así, por nuestra propia estupidez, más y más exigente.

Ahora existe un ni
ño, ya no existes tú, ni tu trabajo, ni tu pareja. Un niño que además se empeña en convertirse en tu sombra y no dejarte desarrollar tu personalidad ni escribir en tu blog. Un niño que absorve tus pensamientos y no deja espacio, ni tiempo, ni fuerza, para pensar en nada más.

Acabo de entrar en la habitación de mi pequeño gremlin maligno. Duerme destapado, boca arriba. Me he acercado y le he besado el cuello. He podido notar cómo la sangre pulsaba en sus arterias, he oído el aire entrando y saliendo de sus pulmones, he sentido su sueño tranquilo, la vida que llena su cuerpecillo perfecto.

Qué absurdo añorar otra cosa.

jueves, 11 de octubre de 2012

El tratamiento

Llevo ocho meses atada a una camilla metálica y sin moverme. Con correas en brazos y piernas, y con una especie de casco de piel que impide que mueva la cabeza. Ocho meses recibiendo visitas de gente que me inyecta cosas que me matan a trozos, ocho meses dejándome cortar, coser y tatuar, ocho meses expuesta a productos de mentes perversas que me queman y desfiguran. 
Hace ocho meses decidí que era lo mejor, que no quedaba más remedio y que no merecía la pena gastar energía en gritar o resistirse, así que llevo ocho meses sin ponerme histérica e intentar escapar. Cierro los ojos y pienso en cómo organizar el sótano para que quepa toda la porquería que hemos ido acumulando a lo largo del tiempo, pero los abro y sigo atada a la camilla y no hay manera de llegar al sótano ni mucho menos de organizar nada. Sigo tranquila, respiro y veo cómo, al subir, mi abdomen se coloca estúpidamente en el camino de un rayo que no le corresponde. Y se quema también. Dejo de respirar y todo está bien, razonablemente bien. Sigo planeando lo del sótano con los ojos cerrados mientras me canto a mi misma una canción de cuna, la misma una y otra vez, para no escuchar las voces de todas y cada una de las células de mi cuerpo chillando que me levante, que me arranque las correas, que les pida que paren.