sábado, 19 de febrero de 2011

Mrs. Healshire

Mrs. Healshire podria haber sido cualquiera de de las mujeres en las que se fue convirtiendo desde que tuvo una llave de casa y algo de dinero. Podría haber sido la mujer de un músico muerto de hambre, llevando el mismo abrigo invierno tras invierno con la dignidad que sólo concede el vivir la vida que uno elige. Hubiese leido muchísimo, a todas horas, y cuando él llegara a casa tras otro día en blanco, ella le habría convencido un día más de que tenía talento, que era cuestión de tiempo. Hubiese aprendio a preparar cenas rápidas y a vivir en un apartamento en eterno desorden, a buscar sus blusas en lugares imposibles, colgando de una cómoda o en una maleta a medio deshacer de algún fin de semana en un pueblo desaliñado junto al mar.
Podría haber sido la esposa de aquel joven y ambicioso abogado que le miraba las rodillas cuando ella no tenía más de ocho años en casa de sus padres. Hubiese aprendido a ignorarlo la mayor parte del tiempo y preparar su agenda de compras, almuerzos y visitas a alguna peluquería de moda con amigas de algún otro abogado o banquero de los que venían a sus fiestas de Halloween.
Pudo también haber sido chispeante y jovial, la mujer de aquel isleño del que conoció poco más que un par de noches de amor en una isla y una cama prestadas. Todo buen humor y optimismo, habría aprendido miles de platos deliciosos y se habría preocupado día y noche por las idas y venidas de cada miembro de la familia. Una madre devota, una matriarca de un clan de pieles brillantes y vidas sin complicaciones.
Mrs. Healshire podría haber sido muchas más mujeres, y a la vez la misma, mimética con lo que la rodea, resuelta a ser feliz, discípula de el entorno al que ha elegido pertenecer, con el orgullo y la seguridad y el egoismo atroz que sólo proporciona el pensar únicamente en uno mismo.