domingo, 21 de junio de 2009

La flor de la planta trepadora

Este año el invierno ha sido largo, nos ha puesto a prueba. Hemos tenido que hibernar por más tiempo, llevando a cabo la actividad física mínima para obtener un sueldo, ganar peso y lamentarnos por lo horrible del tiempo. También fui a la piscina tres veces.
Las emociones sufren con estas congelaciones de la motricidad; la agitación interna, nuestras inquietudes dejan de oscilar, se van parando, hasta alcanzar un rendimiento mínimo próximo a un cero absoluto y quedar, así, en ralentí.
Las esperanzas latentes al final arrancan a crecer y, si cuando eso ocurre fuera hace frio, te crecen para adentro y los optimismos que deberían llevarte a planear fines de semana montando en bicicleta y vacaciones con amigos de siempre se tornan entonces en distorsiones menos amables. Supongo que es así como acabé pensando que, esperando lo mejor, vería a esta amiga unas diez veces en lo que me queda de vida, o pasearía por aquella playa una veintidós veces más, o que nunca más iría a Atenas.
La suerte es que la primavera siempre ha de llegar, por fuerza. Ahi fuera llega por una cuestión puramente kepleriana y de radiación de energía, y por dentro no sé exactamente cómo se explica ni a qué reglas se atiene, pero lo cierto es que nadie se queda atrapado en un invierno interior. Quizá simplemente sea una cuestión de azar y suerte o a lo mejor algo químico, pero es así. Valga como ejemplo el mío, que cuando estaba a punto de dar con una estimación de los latidos de corazón de los que se compondrán el resto de mis días, esuché un canción que tardé en reconocer y llegó el calor. Un trozo de azul como recortado de un fondo blanco de nubes y un color purpúreo me convencieron de la existencia de lo eterno; los latidos dejaron de estar contados y se extendieron, se disiparon como gas expandiéndose para unirse a ese cielo que de repente estaba viendo, otra vez, por vez primera. Más cerca, abrazando la baranda del balcón, la flor de la planta trepadora había abierto esa noche a pesar de que hizo fresco y para nuestra sorpresa, era de un rosa muy tímido.

2 comentarios:

sinuitt dijo...

Pa chillar, quillo, te estás poetizando a velocidad de vértigo, me entusiasma!

Tatus dijo...

precioso tio.. es curioso pero ultimamente venía pensando en que aquel que todavía cree que hay cosas "para siempre", sigue siendo joven.. no hay inviernos eternos, no.. afortunadamente..

un abrazo desde el derretido Madrid